TRADICIÓN ANCESTRAL

Beatriz Gallinas
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San Cebrián de Campos, una pequeña localidad terracampina, conserva sus costumbres y celebra la fiesta de los 'quintos' en honor a San Antón, patrono de los animales

Los 'quintos' portan la pañoleta y el sombrero, símbolos distintivos de ese día. - Foto: dp

Llega el 17 de enero y con él la festividad de San Antón, toca entonces subirse al caballo y cumplir con la tradición. Las costumbres no se pierden en San Cebrián de Campos, una pequeña localidad de la comarca terracampina que continúa año tras año festejando al patrono de los animales en su día.

Quizá en muchos pueblos se haya perdido ya la tradición de celebrar los quintos, y en otros cuantos se celebre de otra forma, pero este municipio conserva sus costumbres como en un principio.

Ya son tres generaciones de la familia Ramos, con raíces en este municipio, la que celebran la tradición. Una experiencia vivida y percibida bajo el prisma de un padre, de su hija y de su nieta, y con constancia de que este evento se festejaba incluso dos generaciones antes.

«Yo tengo 87 años e hice la quintada en 1947 y de siempre la he conocido; mis padres ya me contaban anécdotas acerca de esta tradición», asevera Francisco Ramos.

En este sentido, Marisa Ramos y Natalia Aguado Ramos, hija y nieta de Francisco respectivamente, aseguran haber oído «desde pequeñas hablar de la quintada y nuestros familiares siempre la recordaban con mucho cariño e ilusión».

«En total son cinco generaciones, las que, al menos nuestra familia, han festejado la quintada», apostillan.     

Francisco Ramos puntualiza: «Tengo referencias de que ya desde la época de mis abuelos se llevaba a cabo».

Aunque la tradición mandaba y antes sólo eran los hombres quienes cumplían con ella; con el tiempo ha cambiado y ahora también las mujeres se han incorporado a este evento. Y es que, antiguamente, la quintada era una fiesta sólo de varones, ya que después de realizarla, los hombres, al cumplir la mayoría de edad, partían de su pueblo natal para hacer la mili.

«Era un paso para hacerte mayor y a la vez una despedida del pueblo y de tus amigos, por lo tanto, para las mujeres no tenía sentido ya que ellas seguían en el pueblo», subraya Francisco Ramos.

Pero esto ha cambiado con el paso del tiempo. «La fiesta ha cogido otros sentidos» ya que «las mujeres fueron poco a poco participando en ella, pero no de lleno como los hombres, sino con pequeñas pinceladas», apunta Marisa Ramos.

 Aunque recalca además que «fue en mi año cuando las mujeres realizamos toda la fiesta  ya que nos subimos al caballo y recitamos la cuarteta, y este fue  el paso definitivo para la introducción de las mujeres en esta tradición», apostilla.

Y desde entonces  siempre han estado presentes en el acontecimiento. «Yo siempre he conocido a las mujeres participar en la quintada», comenta Natalia Aguado Ramos, la más pequeña de la familia.

Los tiempos corren, las generaciones también, las tradiciones se mantienen, aunque a medida que  avanzan los años, se añaden novedades.

Y es que los pinchorreros, apodo con el que se designa a los vecinos de San Cebrián, mantienen sus costumbres generación tras generación.

En épocas anteriores, la cuarteta era una crítica humorística a la vida del pueblo. Sin embargo, con el paso del tiempo, se ha enfocado más hacia la persona que lo recita.

«En ella se relata una pequeña presentación del quinto y también de lo que ha acontecido a lo largo del año en el municipio, incluso se puede contar hasta anécdotas que hayan ocurrido en nuestro país»,  comenta Natalia Aguado, quien, por edad, ha vivido esta tradición en épocas más próximas a las actuales.

 Unos cuantos versos cantados, o cuartetas como se denominan en esta localidad, y el valor de montarse a lomos de un caballo son los ingredientes para estar a punto en una jornada que cualquier pinchorrero califica de «inolvidable». El hecho de subirse a un caballo no tiene otra explicación más que rendir homenaje a San Antón, patrono de los animales.

Ese instante en el que se entona cada estrofa,  como sólo un pinchorrero de pura cepa sabe hacer, es el momento cumbre de la quintada.

Y como manda la tradición, los quintos, ya con su atuendo listo para ese día, cabalgan por las calles del municipio.

No sin antes ir hasta la ermita, ubicada a un kilómetro de la localidad, y recitar a las puertas del santuario y en presencia de la Virgen del Prado, los primeros versos de la cuarteta. Esto es sólo la primera prueba de ensayo de lo que viene después.

Ya sólo queda entrar por la plaza del pueblo y allí hacerse hueco entre la multitud de vecinos que les esperan.

Todos los quintos portan su sombrero y su pañoleta montados a caballo. Esta vez ya no es para galopar. Ahora los nervios están a flor de piel y la adrenalina corre por las venas a medida que cada uno de ellos recita su cuarteta.

Los protagonistas de ese día deleitan con sus cuartetas a los que allí se juntan para rememorar los mismos momentos que ellos vivieron hace ya unos cuantos años.

Siempre cabe lugar para las equivocaciones, que tendrán su recompensa: beber de la bota de vino. Una mezcla entre nervios y ganas de vivir la experiencia es lo que concluye a medida que corre el canto de la cuarteta.

Cada cual se despide del Santo Patrono e invita a los que allí se reúnen al baile que tiene lugar al caer la noche.

Y, sin darse cuenta, el verso llega a su final, a un final que nunca se repetirá, pero que cualquier pinchorrero desea volver a festejar.